“El Huerto”


            


                                 Ella siempre traslucía una genuina felicidad que defendía contra viento y marea, cuando yo llegaba, la encontraba taciturna en el patio trasero, si hacía algo la mayor parte de las veces era limpiar de hojas el suelo, me llenaba de impotencia no poder sacarla de ese mundo, más cuando yo en ese mismo patio tuve vivencias que pueblan mi recuerdo.                                    De pronto  me vi trasladado a la época en que don Santiago traía las cerezas del huerto, dejaba los canastos llenos en el patio trasero, traía la fruta de segunda, la que no cumplía con lo exigido por las fábricas de conservas.  Recuerdo muy bien como era el proceso.                                                                     Sin darse cuenta se remontó a esa época de la cosecha en casa de su tía, sin mas se vio de nuevo como un imberbe jovenzuelo, vestido de pantalón corto, atravesaba su pecho un bolso en el que  portaba algunas prendas de recambió. Frente a la puerta de la casona miró por un momento indeciso y luego exclamando ¡ah diablos!, tocó con firme decisión la puerta, recordó muy bien que le abrió la Carmencita, quien le saludo con mucho cariño, "es época de cosecha y necesito ganarme unos pesos, crees que la tía me tome?", dije.                           Pase primero joven Alcides, ella está en el negocio, recorrí el amplio salón y atravesé la puerta que separaba la casa de la tienda, allí estaba con su delantal de cintura que en sus grandes carteras guardabas el preciado tesoro, las llaves.                           Tía ¿como está?, le traigo saludos de mi madre y hermanos, le dije con cautela, tomé su mano y me acerqué para besarle la mejilla, allí me sentí de inmediato acogido con su gran sonrisa y su mirada intensa, me dio unos golpecitos en mi espalda y acto seguido grito, ¡Carmencita!  tráigale a mi sobrino, una leche con pan amasado y colóquele harto quesito. Ven acércate mozuelo y dime como esta toda tu familia.                               Bastó ese encuentro para sentirme parte de ella y su entorno, fui tratado como uno más de la familia y de a poco me interioricé de los quehaceres y los deberes que me tocaría llevar.                                Lo que mas me gustó fue que me encomendó el cuidado del huerto, que ¡huerto!, centenares de cerezos, de todas las variedades, que lugar mas hermoso, enclavado en un pequeño cerro que a los pies emanaba un manantial rodeado de un césped natural que contenía la hierba buena y el poleo que le infundía un olor característico, la sombra de unas pataguas completaban este rinconcito donde instalamos mesones para disfrutar de los almuerzos campestres.                              La temporada de cosecha era corta y debíamos procurar hacerlo bien para proteger los árboles y asegurar una buena producción, tomábamos mucha gente por la temporada para clasificarlas y encajonarlas era todo un rito, debían ir con su palito y ordenadas de una forma especifica y totalmente sanas luego se cubrían con hojas de sus mismos árboles, se cerraban los cajones se marcaban, y luego se cargaba el camión para su despacho, terminada la faena del día disfrutábamos de una buena comida luego íbamos al manantial a refrescarnos, dormíamos todos juntos en un pabellón hecho especialmente para los temporeros que incluía al cocinero, el querido don Chano que aparecía cada fin de año con su perro batallón, la tía nos enviaba la pulpería y la verdad que junto al trabajo que era duro disfrutábamos del paisaje, de una buena convivencia y el rico rancho de don Chano. Cada término de semana, iba al pueblo a buscar el dinero para pagar el trabajo, evaluábamos quienes lo hacían bien y los que no se tenían que ir.                                  ¡Ay! que días, colores contrastantes, sabores auténticos, sonidos naturales, brisa buena, sol generoso. Nadie se sentía menos ni mas, cada quien feliz de hacer su trabajo y yo dichoso de poder gozar de todo eso y además ganarme mis pesos que tanto necesitaba pues en casa de mis padres las cosas no iban bien, logré sin darme cuenta hacerme necesario e incondicional de mi tía así cada vez que llegaba el tiempo de la recolección de las cerezas me esperaba, después pasado los años me vine a vivir con ella y fui como un hijo mas, es hermoso el recuerdo que tengo de mi tía, su casona y el añorado huerto, ¡como quisiera volver atrás el tiempo! y adentrarme entre esos árboles, pero el tiempo avanza en un solo sentido y acá estoy, solo feliz de gozar de este buen recuerdo.
                                      Mis primos emigraron y yo terminé siendo el mas cercano a la tía, por lo que acabé quedándome en la casona y todo transcurrió con cierta rutina, me casé formé mi familia, todo normal, salvo porque una de mis niñas se hundió en un mundo, bueno he aceptado que es su mundo, pero vive, solo vive, es mi espina, no me resigno, no he logrado sacarla de su hermetismo no he podido saber que sucedió, y me duele verla acá en este patio, donde yo fui tan feliz, barriendo eternamente las hojas.

                                     Caminodesur.

Comentarios

  1. Muy bien logrado se nota el perfeccionamiento, relato ameno y buena definición. Te felicito, has mostrado un gran avance.

    Critico Anonimo

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  2. Hola: Super bueno el relato, me transportaste al huerto, a la casona, a la tía amorosa y afable, del presente al pasado, el recuerdo y al presente, buen cambio de tiempos.

    Me agradó mucho leerlo.

    Muchos cariños,

    María Paz

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  3. Hola Pili: tantos años y sin conocer a esta Pili. No se como lo lograste, pero estuve en ese patio...
    Un abrazo. Fernando

    PD Te seguiré leyendo

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  4. Hermoso Bichito:
    Se podría decir que un poco vengo de vuelta... de ese frío y solitario lugar donde lloraba... Y palabras como las tuyas me empujaron un poquito hacia arriba. Y aquí estoy... todavía dando la pelea.
    Un abrazo agradecido.

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  5. Agradezco mucho sus visitas y comentarios. Ese huerto existió, aun existe, hace muchos años que no le visito, quizas en que condiciones esté, la Tía, osea mi abuelita ya fallecida era quien le infundía vida.

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Gracias por detenerte,
por tus palabras, doblemente agradecida.

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Pilar

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